Como padres queremos un nido seguro para nuestros hijos, cuando esperamos un bebé, vamos tejiendo un jardín secreto en el cual cuidaremos del pequeño, lo veremos crecer, aprender a hablar, compartiremos nuestro día a día, aprenderemos a conocernos, a querernos, nos llenaremos de experiencias que enriquecerán este largo aprendizaje que es la vida.
Ese nido es palpable, físico, como lo es el hogar en sí, pero también está constituído por maneras, sentimientos, vivencias que lo van alimentando día tras día y que se irán quedando en nuestra memoria, aunque no todo lo recordaremos y como lo sabemos, hacemos fotos, escribimos diarios e incluso blogs, para guardar así un pedacito de este jardín secreto.
Llega un día en el que inevitablemente tenemos que salir de ese paraíso y abrirnos a los demás, a nuevas experiencias y los días en esa Arcadia se van haciendo cada vez más escasos hasta que casi llegan a desaparecer...
Unas veces el cambio es brusco, dado por las circunstancias de la vida y otras veces la salida es paulatina, simplemente propiciado por el devenir de los días, incluso en ocasiones logramos recomponer un nuevo jardín que servirá para otro período de tiempo...
Puede que, en ocasiones el jardín físico haya desaparecido o cambiado y es entonces cuando cobra más fuerza que nunca la parte espiritual, intangible de aquel jardín. En otras ocasiones puede que se tambalee el jardín intangible y entonces encontremos refugio en los recuerdos físicos, pero en realidad ese jardín secreto, con base sólida, hecho a base de mimo y en el que tanto hemos dejado de nosotros mismos, habitará para siempre en nuestras almas y nos acompañará adonde quiera que vayamos, hasta el fin de nuestros días, siendo siempre nuestro refugio, el sitio al que a todos nos gustaría regresar.