Los temidos berrinches suelen llegar a todos los niños entre los dos y los tres años de edad, aunque también es frecuente que empiecen unos meses antes de los 2 años y que se prolonguen pasados los 3 años. Como se sabe, es una etapa normal, una especie de “adolescencia del bebé” por la que hay que pasar y que pone a prueba los nervios hasta de los padres más pacientes.
Sin entrar a valorar el origen de las rabietas, que puede ser muy diverso, en mi humilde opinión creo que la mayoría provienen de sentimientos de frustración que experimenta el bebé y que no sabe cómo canalizarlos. Hay expertos que dicen que mejoran sensiblemente una vez que el niño adquiere más soltura con el lenguaje pero yo no estoy del todo de acuerdo, pienso que se pueden seguir dando con igual o incluso más intensidad.
Las rabietas son unas explosiones incontrolables de furor, son muy intensas y están cargadas de emoción, el niño lo vive como si en ello le fuera la vida entera. Son momentos muy desagradables y nos desconciertan grandemente tanto a adultos como a niños llegando incluso a crispar los nervios. A los adultos nos queda el poder pasar por ellas lo más dignamente posible y no es fácil.
El detonante puede ser cualquier nimiedad y una vez pasados unos minutos de rabieta es posible que hasta el propio niño olvide el por qué se inició. Son muchos los expertos que recomiendan actuar con indiferencia hasta que por sí sola la rabieta se pase para hacer ver al niño en cuestión que no consigue nada de los padres actuando así.
A mí, este modo de mantener distancias y cierta frialdad nunca me ha salido y no creo que sean maneras de tratar a un niño que realmente en ese momento está sufriendo, aunque reconozco que no existe fórmula mágica ante las rabietas y que quizás lo que nos fue útil en una no nos sirve en otra.
Mi hija no ha tenido muchos berrinches, aunque los más terribles han sucedido siempre de noche y más bien ligados a sus problemas para dormir, pero cuando esto ha ocurrido siempre he tratado de ser lo más empática posible con ella, y cuando nada funciona sí he tenido que dejar que llore a gusto para luego intervenir consolándola. Hay muchos niños que en el momento del berrinche no soportan que se les acerquen sus padres, lo cual es difícil de digerir para unos padres que han criado siempre con respeto y apego. Y es que en ocasiones sí es bueno tomar distancia y calmarse también el adulto si vemos que no vamos por buen camino.
Las rabietas dejan “mal sabor de boca” es por ello que cuando las aguas vuelven a su cauce no hay que escatimar en mimos que ayuden a borrar el mal trago. Y si se puede mantener una conversación con el niño acerca de lo que ha pasado es aún mejor para que ellos mismos vayan aprendiendo a conocerse.